-¡Qué susto! Nadie se había dado cuenta, de que la claraboya del desván estaba abierta-
Era tal la fuerza del viento, que provocó en cascada la rotura del cristal. ¡Qué casualidad! El último trozo se coló por el hueco de la escalera, clavándose en la maceta del primer escalón.
Miren E. Palacios
Bilbao, 31 de octubre del 2013
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